Columna de opinión de José Miguel Vergara, Cientista Político.
Durante los últimos días ha circulado por nuestro país el llamado – o mal llamado – Bus de la “libertad”, acompañado de su promotora Marcela Aranda, quien más que realizar una lectura fidedigna del manual “Orientación para la inclusión de personas lesbianas, gay, bisexuales, trans e intersex en sistema educativo chileno” y de la circular Nº 0768 del Ministerio de Educación, ha convertido la realidad en una mentira bien contada, o como diría ella “una verdad a medias”.
Marcela Aranda y sus partidarios se han paseado por cada uno de los medios de comunicación de nuestro país estableciendo que el manual para la inclusión de personas LGTBIQ busca, cito: “imponer la ideología de género a los padres de Chile” desplazando así a la Familia – entendida desde sus términos heteronormados – por debajo del Estado. Sin embargo, esto está muy lejos de ser realidad, pues en el mismo documento se establece claramente que el Estado respetará “las responsabilidades, los derechos y los deberes de los padres o, en su caso, de los miembros de la familia ampliada o de la comunidad, según establezca la costumbre local, de los tutores u otras personas encargadas legalmente del niño de impartirle, en consonancia con la evolución de sus facultades, dirección y orientación apropiadas para que el niño ejerza los derechos reconocidos en la Convención de Derechos del Niño”,
Es por este motivo que me pregunto, ¿qué es lo que realmente asusta a Marcela Aranda? Y la respuesta está en el mismo documento, bajo el título “¿Qué hacer en caso de que la familia no apoye a un niño, niña y adolescente en el proceso de construcción de su identidad de género u orientación sexual? “, donde se establece conforme a la normativa vigente y a los acuerdos a los cuales Chile pertenece que se debe velar por la integridad física, psicológica y emocional de los niños y niñas trans, salvaguardando de esta forma el interés superior del niño. Pareciera que la verdad de Marcela omite sistemáticamente, la noción de que los niños y niñas no son posesiones de los padres, pues este es sujeto de derechos al igual que tú y yo. Desde esta perspectiva, como ciudadanos, padres y/o tutores no podemos negar a los niños y las niñas sus derechos inalienables, establecidos en la Convención de Derechos del niño de la cual Chile forma parte.
Desde esta perspectiva, la limitación de la libertad – nos diría Rawls – se justifica sólo cuando es necesaria para la libertad misma y el ejercicio de derechos igualitarios. De esta forma, la libertad del intolerante sólo puede ser restringida cuando el tolerante, sinceramente y con razón, cree que su propia seguridad y la de las instituciones de la libertad se hallan en peligro.De esta forma, cabe preguntarnos como sociedad ¿Hasta qué punto podemos tolerar la intolerancia?, desde la filosofía política esta interrogante presenta una posible respuesta. Se establece que existe una paradoja entre la tolerancia y la intolerancia, pues no podemos ser totalmente tolerantes. Como plantean autores como Locke y Rawls, ningún individuo particular tiene derecho a perjudicar a otra persona en sus derechos civiles por el hecho de abrazar otra idea, creencia o religión, pues como sociedad nuestro único anhelo debería ser que todo hombre goce de los mismos derechos que se garantizan a los demás.
Es por este motivo, que adhiero al «derecho» de prohibir la intolerancia, si es necesario por la fuerza de la normativa o la coerción (legítima del Estado). Podemos reclamar entonces como sociedad, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Podemos y deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución por odio, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro, la xenofobia o en este caso la transfobia.
Columna de opinión publicada en El Mostrador. Disponible online en: http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2017/07/14/tolerancia-limitada-y-el-juego-de-la-posverdad/