“La pobreza de nuestro siglo es incomparable con ninguna otra. No es, como lo fuera alguna vez, el resultado natural de la escasez, sino de un conjunto de prioridades impuestas por los ricos al resto del mundo” John Berger
“Los señores de la guerra económica no olvidan nada en su control del planeta. Atacan el poder normativo de los Estados, disputan la soberanía popular, subvierten la democracia, asolan la naturaleza, destruyen a los hombres y sus libertades. La liberalización de la economía, la “mano invisible” del mercado forman parte de su cosmogonía; la potenciación al máximo de los beneficios es su práctica. Llamo violencia estructural a esta práctica y a esta cosmogonía (…) El orden del mundo actual no es sólo asesino, es igualmente absurdo. Mata, destruye, masacra, pero lo hace sin otra necesidad que la busca del máximo beneficio para algunos cosmócratas movidos por una obsesión de poder, una avidez ilimitada” Jean Ziegler
I: De lo que está sucediendo en el mundo
“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima (…)”. Así comienza José Martí uno de sus textos más conocidos, Nuestra América. Y es lúcido para hablarnos del actual momento sociopolítico que cruza el continente latinoamericano y de cómo en él influye poderosamente un orden imperial: el capitalismo y la ideología (neo)liberal . El “gigante que lleva siete leguas en sus botas” es pues este imperialismo del capital, al estilo estadounidense, al estilo chino.
Gobernar, o pretender hacerlo, hacer política en esta zona del mapa geográfico, incluida Centroamérica y el Caribe, demanda al parecer, ser consciente de que toda acción emprendida se hará bajo la atenta mirada de “los gigantes que llevan siete leguas en las botas”.
La política latinoamericana, desde su independencia ha emergido bajo la atenta mirada – y varias “intervenciones”-, de distintos “gigantes”. Los sucesos políticos que se han dado en los últimos años tienen sus derroteros explicativos propios en cada país, pero, al mismo tiempo, no son autónomos y se insertan también en la dinámica globalizadora desde la economía y la política, y que tiene a un “gigante” o imperio único con pretensiones de hegemonía no solo occidental, sino también, hacia todo el mundo. Los elementos geopolíticos y económicos también forman parte crucial de la situación de la política en todo el continente. A contrario sensu de muchos análisis los cuales se limitan a encapsular la política y sus resultados, electorales y no electorales, al margen de esos ingredientes y de nuestra propia y conflictiva historia que ha sido, bajo uno u otro signo, de manera permanente, una lucha por la autonomía gubernativa y la independencia (Roitman,2007; Borón, 2014, Del Pozo,2009).
Vivimos hoy aún bajo las consecuencias que generó la última crisis del capitalismo globalizado, la del 2008, y sus principales incidencias modelan el curso de las cosas en el mundo actual y, por tanto, también la situación que atraviesa Latinoamérica. Lo cual implica decir, entre otras cosas, que lo que está sucediendo hoy en Brasil, Venezuela, México, Bolivia, Ecuador o Argentina, habría que ponerlo en el marco mayor de una crisis que se hace global y que no cesa. ¿Qué ingredientes se ponen en juego para leer el momento presente? Entre otros los siguientes:
- Estamos en presencia de una crisis que nos habla del “declive” de Occidente, entendiendo por tal, EEUU y Europa. Ellos no conforman ya un poderío irrebatible en la escena mundial, ni en lo económico, tecnológico o militar. Caminamos al parecer hacia un mundo multipolar donde países como China, India, Rusia, tendrán bastante que decir y al mismo tiempo, contamos con la emergencia de potencias de calado intermedio que pueden llegar a tener una influencia mundial importante (Brasil, Indonesia, Turquía, entre otros). La consecuencia más importante es netamente político-ideológica: USA y sus aliados europeos incondicionales no podrán disponer de los medios adecuados para mantener su rol dominante y hegemónico en el planeta[1].
- La crisis sub-prime del 2007-2008 no se ha superado, como a veces algunos medios pretenden hacerlo creer. Muchos la refieren como una dramática crisis que afecta al conjunto de la humanidad. Por un lado, la vemos actuante en Medio Oriente, donde se han destruido varios países (Libia, Irak, Afganistán, Siria, parte de África) generándose una crisis humanitaria de enormes proporciones, ejemplificada en la ola de migrantes de todas las edades que luchan por ser aceptados en las tierras del progreso occidental, a costa incluso, de la pérdida de sus vidas. Esta crisis humanitaria tiene la particularidad de que se topa con la crisis económica de los países donde acuden a refugiarse: los cientos de miles que llegan a sus costas, se encuentran con los millones de pobres que ya están allí. Se cuentan unos 23 millones de desempleados en la Unión Europea, y más de 80 millones de pobres.
- La catástrofe ambiental en curso, que se expresa principalmente a través del llamado cambio climático, y que está generando consecuencias a escala global. En distintos lugares del globo ésta se muestra en distintas facetas: sequías inusuales, tormentas calamitosas, contaminación, destrucción del medio ambiente, abuso de las hidroeléctricas, estos hechos modifican y ponen en real peligro la sobrevivencia de la vida humana como la hemos conocido hasta ahora en el planeta.
- La multiplicidad de la crisis. No estamos enfrentando una sola crisis, sino varias a la vez, las cuales se entrelazan entre sí y tienden a potenciarse, lo cual plantea una complejidad nueva a la política y la sociedad mundial. Para muchos estamos frente a una crisis sistémica del capitalismo liberal occidental, que se muestra en la economía, la política, la democracia, el medio ambiente, las identidades, las guerras, los valores, la educación, la juventud, etc.
- El efecto antropológico que está generando esta multiplicidad de crisis. Se manifiesta entre otras cosas, en el aumento de las incertidumbres, de la ansiedad, de los miedos, de un cierto repliegue de los ciudadanos ante un mundo que se les presenta hostil y poco hogareño. Aumenta el temor ante la pérdida del trabajo, las catástrofes naturales, el efecto de las nuevas tecnologías, la vejez, la inseguridad del día a día, entre otros.
Estas situaciones, agudizadas desde la crisis financiera del 2008, hacen que los conflictos y las alternativas políticas no sean las mismas y no pueden serlo, se enfrentan a todas ellas como un todo. Y por tanto, se alienten combinaciones, salidas o liderazgos políticos que se salgan de lo que se considera políticamente correcto (el caso de las elecciones en los USA es un ejemplo a tener en cuenta). Singular efecto van teniendo estas situaciones en la cultura política pública y en las dificultades que experimenta la implementación de una política llamada democrática. Estas dificultades vienen, por un lado, de los efectos y consecuencias de la globalización (por ejemplo, en la expansión de la corrupción), en la cual se está inmerso, pero sin igualdad de poder, así como de un clima ciudadano marcado por el desencanto, la desconfianza hacia las instituciones tradicionales, la decepción generalizada hacia el desempeño de sus representantes. Todo ello parece alentar la búsqueda de otro tipo de salidas políticas y de liderazgos. Lo que algunos quieren motejar – de manera negativa claro está-, como salidas de corte “populista” (de nuevo, lo sucedido con Trump en USA representaría para algunos un fenómeno paradigmático de la nueva situación) [2].
Algunos tipifican al nuevo sistema mundo como uno caracterizado entonces por una serie de “seísmos” (Ramonet, 2016). Es decir, por la ocurrencia de una serie de fenómenos en principio inesperados y no controlados aparentemente desde los centros de poder, sean estos financieros, ecológicos, sociales, como la victoria del No en Colombia al Acuerdo de Paz Gobierno de Santos-FARC, el mismo “Brexit” en el Reino Unido, o más cerca aun, la imprevista victoria de D. Trump en las elecciones en los USA. Se trata entonces de sucesos que no han podido ser previstos a pesar de las nuevas tecnologías, los medios de comunicación, o la masa de profesionales calificados que opinan en estos temas. El gobierno de la cosa pública se vuelve frágil y hace que el Estado deje de cumplir para los ciudadanos sus tareas propias de cuidado y protección. Después de la crisis del 2008, se ha generado entonces un hiato, una distancia, entre una autoridad puesta desde el Estado-nación y una economía que se pretende globalizada, desatando una creciente anarquía y caos generalizado. Como bien lo expresa W.I.Robinson (2015), estaríamos en presencia de una sociedad global caotizada de manera creciente y que nos conduce –si no sabemos comprender y enfrentar este momento-, a una crisis de humanidad.
Si tomamos en cuenta estos elementos del actual rumbo del mundo podremos quizá explicarnos mejor aquello que aparece hoy como inexplicable o, como solamente sujeto a ciclos inevitables de unas leyes cuasi-naturales. Lo que sale a relucir es que –como lo expresa en algún lugar P.Virilio-, no estamos asistiendo al “fin de la historia”, sino al “fin de la geografía”. Y esto trae, entre otras cosas, que la lucha por la política (y, por tanto, por la democracia, y a veces también, aunque menos, por el socialismo) no quede paralizada como se había pronosticado una vez finalizada la mayor parte de las experiencias de socialismos históricos a comienzos de los años noventa. Quizá al contrario. Una vez que las democracias representativas liberales quedan a cargo del reino de este mundo, entonces aparecen con más claridad sus limitaciones y debilidades estructurales para hacerse cargo de la dirección de esta globalización neoliberalizada. Las reacciones de la ciudadanía no se hicieron esperar. Sea alentada por una creciente conciencia ecológica, feminista, étnica, o por diversas formas de resistencia a las formas que las elites querían resolver la crisis en curso en cada país, los ciudadanos encontrarán y crearán múltiples maneras de expresar su descontento, su desafección con los poderes existentes, su decepción con los partidos y las políticas realmente existentes.
La práctica de los nuevos movimientos sociales y de nuevas expresiones políticas, tanto en nuestro continente, como más allá de él, van mostrando la búsqueda de una nueva política democrática, una que muchos han calificado como orientada hacia una democracia “real”, frente a las limitantes del representativismo liberal[3] y su incapacidad para abordar de manera republicano-comunitaria los desafíos que supone una globalización que alienta el aumento de las desigualdades (dentro y fuera del Norte y el Sur), la financiarización de la economía, el fenómeno doloroso de la inmigración o el cambio climático, entre otros [4].
Nuestra América no está ausente de esta crisis y por lo tanto se ve también envuelta en las actuales circunstancias de incertidumbre global. Estas circunstancias no han estado ajenas tampoco al devenir político-electoral y social de los últimos años en el continente.
- ¿ Que ha pasado en América Latina?
América Latina ha venido experimentando dos procesos directamente proporcionales: el desgaste y crisis de gobiernos progresistas, y la recuperación del neoliberalismo con su “nueva derecha”, distinta a la derecha dictatorial e incluso a la derecha neoliberal predominante de 1985 a 2000, como sostiene López Segrera (2016).
Esta “nueva derecha” se caracteriza por presentarse como una derecha “renovada”, distanciándose de las viejas derechas en algunos matices pero manteniendo y reforzando el núcleo del neoliberalismo….