Por Joan del Alcàzar
Las últimas elecciones europeas han dado unos resultados muy significativos. Unos esperados, como el ascenso de los euroescépticos y de la ultraderecha, ésta decididamente anti europeísta; o el mantenimiento aunque a la baja de los dos grandes bloques conservador y socialdemócrata. Otros no por sospechados resultan menos preocupantes, como el de la conversión en primera fuerza electoral del Frentre Nacional en Francia. Por lo que hace a los resultados en España, son dos las consecuencias más destacables en nuestra opinión: por un lado el hundimiento de las dos grandes fuerzas políticas, el PP y el PSOE, que juntas ya no llegan a sumar ni el cincuenta por ciento de los votos; y por otro el ascenso de alternativas políticas genéricamente de izquierdas que han crecido electoralmente en buena medida por la sangría electoral de un partido socialista que parece perdido como un personaje sin guion. La conversión de Esquerra Republicana de Catalunya en la fuerza política más votada en el Principado, con un discurso claramente independentista, y la irrupción potente de un grupo político no convencional como Podemos, con apenas cinco meses de vida, son los otros dos resultados más llamativos.
En estas líneas tenemos la intención de aportar alguna cosa positiva al debate generado por la emergencia de esta nueva propuesta política alternativa, que se ha convertido en objeto de polémica tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales y hasta en la calle. El lector encontrará a continuación unos apuntes que de ninguna manera agotan el tema ―faltaría más― pero que pretenden ser un aporte al debate de estos días con un objetivo claro: no deslegitimar a nadie y, sobre todo, tender puentes para evitar que se ahonde en una bipolarización insalvable en el seno de las izquierdas entre los reformistas o sistémicos y los viejos y los nuevos radicales, más o menos anti sistémicos.
Estos últimos días ha habido mucho en las redes sociales y, en general, en los medios. La derecha le ha atizado a Podemos por tierra, mar y aire. Los han insultado, descalificado, deslegitimado y eso no ha hecho más que darle a la nueva organización política un protagonismo que jamás hubiera soñado. Los que pedían a la gente del 15M, ―a los indignadosque habían acampado en las plazas hace unos años―, que crearan un partido y se presentaran a las elecciones, ahora que lo han hecho les niegan toda legitimidad para hacer sus propuestas y concurrir a las urnas. Incluso desde la izquierda, la reformista y también desde sectores de la radical, ha habido exabruptos dirigidos “al de la coleta” [Pablo Iglesias] y los suyos. Es en este contexto, inesperado antes del 25M, que todo el mundo opina con mayor o menor acierto. Estas líneas también son eso, opinión.
I
Una referencia de autoridad para comenzar. El tristemente desaparecido Rafael del Águila escribió con maestría en torno a lo que él llamó el Pensamiento Impecable (PI), practicado con pasión por algunos académicos y por personajes del mundo de la cultura o de los medios de comunicación. Según del Águila, y comparto, el PI se caracteriza ―muy sintéticamente― porque exige soluciones perfectas a los problemas más complejos. Lo hace desde la convicción [aparente al menos] de que existe una especie de armonía cósmica que garantiza que la decisión estrictamente adecuada y la políticamente posible son la misma cosa. Además, el PI se sustenta sobre la idea de que los intereses de los ciudadanos son siempre justos y que lo conveniente es ético y lo ético es conveniente. Apuntaba igualmente del Águila que tras la caída del Muro de Berlín, el PI había proliferado en las democracias occidentales en sintonía con la crisis de la izquierda.
II
La irrupción electoral de Podemos ha sido un vendaval de aire fresco que ha barrido la península de norte a sur; un ventarrón que, claro, también tiene efectos no deseables. En un escenario político acartonado, caracterizado por discursos políticos previsibles y con frecuencia anacrónicos, huérfano de liderazgos claros, maniqueo y exasperantemente incapaz de atajar problemas como el de la corrupción, y cada vez más ajeno a las urgencias de buena parte de la población, ha surgido una cosa diferente [más distinta que novedosa, creo]. Tras años de crisis asfixiante, que ha descargado su crueldad sobre las espaldas de los más débiles a los que con demasiada frecuencia deja sin trabajo, sin casa y sin futuro para sus hijos, la aparición de esa propuesta electoral ha sido ―en mi opinión― benéfica. Como escribía en el muro de Fernando Delgado, estoy de acuerdo en que Podemos no le quita ni un voto a la derecha, sino a la izquierda. No obstante, sí que incorpora votantes a las urnas que, en la actual coyuntura, no tenían más horizonte que la abstención. El contingente más importante de estos son gente muy irritada con los partidos sistémicos, fundamentalmente jóvenes [biológicos y mentales] que encuentran en la formación y en el discurso de su singular líder un mensaje que cristaliza la rabia en una ilusión que no ofrecen las formaciones más convencionales de la izquierda. Además, los ataques furibundos que está recibiendo la nueva organización por parte de tirios y troyanos no hace sino reforzar esa convicción de haberle hecho daño a los partidos sistémicos con su simple voto. Algo desconocido para buena parte de esos votantes. Y placentero.
III
Como dice Carlos Malamud, tenemos derecho a conocer el sistema de valores de los personajes públicos, y todavía más el de los líderes políticos que aspiran a intervenir de manera efectiva sobre nuestra realidad política. Sobre el liderazgo de Pablo Iglesias se puede decir que no es el único político español que se ubica en la izquierda ―la radical y la reformista― que todavía admira a Chávez y a Castro; que sigue diciendo que el régimen cubano o el bolivariano son regímenes benéficos para los pueblos que los soportan. Es sabido que Iglesias, como su compañero Monedero, que son los más reconocidos líderes del nuevo grupo político, se han declarado admiradores del chavismo. Eso ya es bastante contradictorio con la profesión de fe democrática que exhiben (alarde que les sirve para excluir de la condición de demócratas a la práctica totalidad de los que no piensan como ellos), algo que solo se comprende desde la asunción de unos valores que no caben en un sistema de alta calidad democrática ni a martillazos. Más sorprendente resulta, sin embargo, que un hombre formado e informado como Iglesias afirme que el bolivarianismo es «una referencia fundamental para los ciudadanos del sur de Europa».
La mía, sin embargo, es una reflexión propia de un debate académico. A la mayor parte de los ciudadanos, particularmente a quienes lo han votado, estas disquisiciones teóricas les tienen sin cuidado. Tienen una idea lejana de lo que ocurre en Venezuela o en Cuba, y obedecen más a un posicionamiento ético (la mejora de la calidad de vida de los pobres) que propiamente político.
IV
Manuel Alcaraz ha observado con agudeza demasiado nerviosismo en los otros partidos de izquierda por la irrupción del grupo de Iglesias y Monedero, que se ha convertido en algo así como en un izquierdómetro por el que todos deben pasar para superar la prueba del algodón. Como dice Alcaraz, un servidor también reivindica para la izquierda la prudencia, tanto más porque resulta preocupante observar que hay demasiados novios buscando un gesto, una sonrisa cómplice de Podemos. Nadie quiere ser sospechoso de pertenecer a la casta de las que habla Iglesias, y muchos en la izquierda del PSOE hablan de pactos futuros y de coincidencias programáticas con Podemos. Demasiados nervios. Convendría calma, mucha calma. Menos precipitación y más sosiego, que hay mucho partido por delante todavía antes de las elecciones municipales y autonómicas de mayo del 2015. Sería prudente seguir el consejo de un histórico dirigente comunista: «vigilancia, camaradas, mucha vigilancia».
V
Debiéramos alegrarnos de la aparición de Podemos, de que haya llevado a mucha gente a las urnas y haya movido el tablero de la partida política. Su propia irrupción demuestra que la izquierda siempre será plural porqué es más dinámica, más dialéctica, más imprevisible que la derecha, que el conservadurismo. Son, pues, las izquierdas, diversas, las que se enfrentan a una derecha cruel que no tiene en cuenta que detrás de las cifras macroeconómicas están las personas que sufren y padecen. Sean pues los nuevos radicales bienvenidos al club de los que aspiramos a una sociedad más libre, justa y solidaria.
Ahora bien, el mundo no comenzó el domingo electoral pasado. Mucho antes de que los jóvenes líderes de Podemos nacieran del vientre de su madre, en este país ya había mucha gente luchando por una sociedad mejor. Buena parte de ellos están ligados a partidos con mucha historia que estos flamantes líderes denostan con un exceso de soberbia. Todo y a todos se puede criticar, incluso con crudeza. Pero convendría no perder las formas. Hay miles de militantes y millones de votantes de esos partidos que merecen un respeto, incluso si son compañeros desviados de la línea correcta que los dirigentes de la nueva formación tienen tan clara.
Además, no olvidemos que la procesión es muy larga. La realidad política, en su sentido más convencional, es plural y no es bueno que nadie se arrogue la representatividad canónica, en detrimento de los demás. Las izquierdas son así, con sus luces y sus sombras. Y más nos vale que siga siendo así: si alguna cosa debemos de haber aprendido es que hay que huir de los partidos hegemónicos y de las mayorías absolutas. Eso permitirá los pactos, las alianzas más o menos coyunturales y, en última instancia, que cada familia política de las que están por construir una sociedad mejor aporte lo necesario para expulsar del poder a quienes solo saben detentarlo en su propio beneficio y el de sus amigos. Eso sí, esas izquierdas, todas, deben abstenerse de instalarse en el Pensamiento Impecable. Ese es uno de los peligros que acechan a los que buscan soluciones perfectas para los problemas más complejos.