Desde hace algunos años, tanto a escala mundial, como en nuestro país, los cambios sociopolíticos, tecnológicos y económicos han demandado un repensar la trama de la política, la ciudadanía y sus espacios de expresión en nuestras sociedades. El tránsito del autoritarismo a la democracia no ha sido fácil ni está asegurado en América Latina, por tanto, tampoco en nuestro país. Tales cambios, entre otras razones, se han debido a la singular confluencia de dos fenómenos que tienden a redefinir su cometido y telos propio. Por una parte, la mundialización cada vez más desregulada globalmente de las relaciones económicas, principalmente en su vertiente financiera, junto a los cambios científico/técnicos, especialmente en los dominios de las comunicaciones, las investigaciones aplicadas a la vida en general, la producción e industria, como por otro lado, el derrumbe de las utopías, las dificultades de elaborar de manera mancomunada y creíble nuevamente proyectos de cambio y modificación del presente en un sentido progresivo.
La conciencia del fenómeno de globalización, de sus efectos en el planeta y de las mutaciones culturales, la propia política y su andamiaje han sufrido diversos embates. Como consecuencia, los tránsitos de la antipolítica, es decir, aquella basada en la fuerza o la violencia más o menos directa hacia el orden democrático, ha tenido que enfrentar las faltas o carencias de las sociedades, en términos materiales o institucionales, con la debilidad del lazo socio-cívico para sostenerla. El predominio de la lógica estatal o paraestatal, debilitada o no, desde la cual pensar la acción político-pública, como la creciente colonización de los mundos de vida por parte de la racionalidad economicista/mercadista de corto plazo, desembocan en una credibilidad a la baja de la democracia como sistema de gobierno, los partidos políticos, los políticos, y todo el ámbito de la cosa pública. A partir de esta constatación, junto a la deflación de los proyectos revolucionarios, la ampliación de la lógica mercadista -que se acompaña de su propio ethos-, y los nuevos movimientos sociales o formas de expresión social, emerge la necesidad de detenerse a revisar los roles del ciudadano y la ciudadanía, su redefinición si se quiere, en tiempos de revolución permanente de las comunicaciones y de fragmentación del lazo social.
En consecuencia, si hay algo que hoy esté en cuestión es el imaginario de lo social-político y ciudadano, que en plaza en las actuales democracias recuperadas. Situación que ha redundado en desprestigio creciente de las instituciones democráticas y su ejercicio. Sin ir más lejos, tanto en encuestas a nivel latinoamericano, como nacional.
En buena medida, esta evaluación contingente negativa de la marcha democrática en la región, podemos relacionarla con la impotencia del ejercicio de una ciudadanía democrática y sus derechos, para determinar cursos de acción en esferas fundamentales de la vida en común, y que afectan las posibilidades de una vida digna y decente para todos. Por ello, y es un tema a seguir, entendidos sostienen que –frente a este cuadro-, hay que diseñar caminos que nos permitan transitar desde una democracia de electores a una de ciudadanos. Es decir, una en la cual bienes sociales y derechos fundamentales sean resguardados en igualdad de condiciones para todos.