Observatorio Latinoamericano DECIDE
SIMPOSIO
“Pensar América Latina: de la circularidad de la historia a la historia de sus luchas políticas”
Participan:
Alexis Cortés
Fernando Lizárraga
Libardo Sarmiento
Coordinado por: Diosnara Ortega y Pablo Salvat
El Observatorio Democracia, Ciudadanía y Derechos Humanos (DECIDE), a propósito de la edición del Informe N9 «América Latina: de la circularidad de la historia a la historia de sus luchas políticas», convocó a tres intelectuales de la región a compartir sus miradas en torno a los procesos sociopolíticos que vienen teniendo lugar en A.L en los últimos años así como las diversas lecturas que desde las ciencias sociales se van instalando y contribuyendo a legitimar o cuestionar estos cursos. En este simposio participaron el Dr.Fernando Lizárraga, profesor de la Universidad Nacional de Comahue, y del Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales, investigador de CONICET, Neuquén, Argentina. El profesor de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Magíster Libardo Sarmiento Anzola, economista político, filósofo humanista y analista existencial, como él mismo insiste en presentarse. El profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Alberto Hurtado, Doctor Alexis Cortés, Director del Magíster en Sociología de la misma casa de estudios. Cada uno de ellos, expertos en los procesos constitutivos y la historia de América Latina, nos hablan no solo desde sus contextos particulares (Argentina, Colombia, Chile), sino que remiten ese todo, fragmentado y mayor que es América Latina y que no causistícamente vive en paralelo procesos políticos que insisten en traspasar las fronteras de sus Estados Nacionales.
Este Simposio puede ser leído en modo independiente al Informe N9, sin embargo creemos es un recurso imprescindible para dialogar con los diagnósticos, análisis y proposiciones que allí compartimos.
- Una de las perspectivas analíticas con que se han estado leyendo los procesos de reversibilidad política ocurridos en Argentina, Brasil, Ecuador, Venezuela, Bolivia, parten de la teoría de los ciclos de la historia. ¿Cuánto nos sirve esta «concepción» de la historia para comprender lo que está ocurriendo en América Latina?
Alexis Cortés: Cuando un ciclo político llega a su fin la tentación de caer en lecturas cíclicas de la historia es seductora. Parece claro que la marea de gobiernos progresistas está a la baja, sea por las derrotas electorales que los gobiernos de izquierda han sufrido recientemente (Argentina, Bolivia y Venezuela) o por la emergencia de mecanismos institucionales que han apartado presidentes democráticamente electos de sus cargos (Paraguay y Brasil). Este cambio en el ciclo político está acompañado también del agotamiento de ciclos de movilización de larga data (el ciclo democratizador brasileño encabezado por el PT) y de otros más recientes (las movilizaciones sociales y electorales que le dieron el tiro de gracia a la descomposición de los sistemas políticos en los países de la región que optaron por gobiernos institucionalmente refundadores). Pero no se debe confundir la alternancia de proyectos políticos y el fin de estos ciclos con una lectura del “eterno retorno” político. Pues, por lo demás, aunque la ola de gobiernos progresistas en la región es inédita en su simultaneidad, en momentos en que la propia intelectualidad de izquierda latinoamericana inicia las evaluaciones negativas del ciclo (sobre todo los trabajos de Svampa), parece no ser tan clara la modificación de los parámetros de desarrollo sobre los cuales los gobiernos de izquierda construyeron la hegemonía que hoy vive sus estertores. Y aunque parece configurarse el perfil de una nueva derecha para la renovación de estos gobiernos, el nuevo ciclo aún está abierto y su resultado debería ser contingente.
Fernando Lizárraga:Es curioso que se haya utilizado una visión tan antigua como la de los ciclos históricos para explicar el aparente fin o freno del ciclo progresista en América Latina. Por momentos se tiene la sensación de que estamos forzados a elegir entre Heráclito -y su río que nunca es el mismo-, y la anaciclosis de Polibio, que no es sino una prolongación del pesimismo platónico sobre la degeneración de todas las formas de gobierno. En realidad, nunca hay marcha atrás, ni reversión hacia momentos anteriores. La idea de que “esto ya lo vimos” es más una frase tranquilizadora que una aserción fundamentada. Creer que volvemos a vivir lo que ya (sobre)vivimos nos exime del terror de pensar que lo que está llegando puede ser aún peor que aquello ya vivido. Estoy convencido de que llevaba toda la razón Mefistófeles al afirmar que “todo lo que existe debe perecer”. Esta frase fue utilizada por Karl Marx para ilustrar lo efímero de la institución del sufragio universal en la convulsionada Francia de finales de los años 1840 y nos recuerda que no hay ciclos sino que todo cambia, y no siempre para mejor. Así, mientras exista el capitalismo como sistema que penetra hasta las fibras más íntimas el sujeto (porque hasta los genes son convertibles en mercancía), en vez de pensar en ciclos –como fantasía compensatoria- hay que estar preparados para que siga ocurriendo aquello de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Eso no significa, al menos de mi parte, abonar las muchas formas de liquidez propuestas por algunos pensadores contemporáneos. Sólo afirmo aquí que la noción de ciclos históricos no es la más adecuada ni para la teoría, y mucho menos para la praxis política.
Libardo Sarmiento:Establecer una periodización es una necesidad en los estudios historiográficos. El tiempo histórico establece ciclos que definen períodos de desarrollo de una sociedad en su relación sistémica y dinámica de las dimensiones económica, política, social, cultural y ambiental, tanto local-nacional como en la interrelación global. El humanista italiano Vico (1688-1744) fue quien primero comprendió el comportamiento pendular de la historia, esto es, los períodos de bonanza o de prosperidad son seguidos de períodos de decadencia o de crisis, y viceversa.
Los 33 países que hacen parte de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños observan el agotamiento de un ciclo ideológico y la polarización política entre clases sociales. A partir de 2015 comenzó a declinar el Sol de los gobiernos de izquierda y progresistas; y, en paralelo, a oscurecerse el espíritu de los proyectos sociales animados en el “Socialismo siglo XXI”, el “Buen vivir” o el “Socialismo comunitario”.
La antorcha pasa ahora a manos de los partidos políticos de derecha que vienen a retomar el poder valiéndose de todas las formas de lucha, pero, en particular, utilizando la manipulación económica y financiera, su influencia sobre los medios de comunicación y la instrumentalización de una justicia politizada.
¿Cuál es el balance político, social y económico que dejan estos regímenes de izquierda durante cerca de dos decenios de control de los gobiernos nacionales y locales? Para dar respuesta a este interrogante es necesario un análisis entre gobiernos de izquierda-progresistas (Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Uruguay y Venezuela) y de ortodoxia-neoliberal (Chile, Colombia, México, Panamá y Perú); tomando como variables analíticas el crecimiento del PIB por habitante, la tasa de desempleo, la pobreza por ingresos y la distribución del ingreso (Gini).
Al comparar por países según regímenes políticos se tienen tres momentos diferenciales: i) en mejor desempeño de los ortodoxos-neoliberales durante la fase 1990-2003; ii) Un período favorable a los gobiernos izquierda-progresistas en los años 2004 a 2009; iii) en los años 2010 a 2015 el crecimiento económico por habitante favorece una vez más a los gobiernos ortodoxo-neoliberales.
En resumen, en los años 1990-2015 el promedio anual del crecimiento del PIB per cápita es de 1,5 por ciento para el conjunto de la región; de 1,8 por ciento para los gobiernos de izquierda-progresistas y de 2,8 por ciento para los ortodoxos-neoliberales. En 2015, el PIB de AL-C se contrajo en 0,4 por ciento, lo que se tradujo en una reducción de 1,5 del PIB por habitante de la región. Este resultado está muy influenciado por el crecimiento negativo registrado en el Brasil (-4,3%) y en la República Bolivariana de Venezuela (-8,3%).
En general los gobiernos de AL-C, y en particular los que cuentan con recursos minero-energéticos, dispusieron durante las últimas dos décadas de abundantes recursos financieros y presupuestales para sustentar sus políticas de desarrollo económico y social, derivados del alza continua que registraron los precios de las exportaciones. La región registró un favorable círculo virtuoso entre crecimiento económico, reducción del desempleo, menor incidencia de la pobreza y mejoras en la distribución del ingreso.
Con la destorcida de los precios en los mercados internacionales vino la debacle en la región: inflación galopante, recesión, déficit fiscal y desempleo. En AL-C la tasa de desempleo, que a partir de 2010 se había recuperado de manera vertiginosa de su incremento en 2009, empezó a subir hasta alcanzar en el año 2015 un 6,6 por ciento. Esto representa un incremento del número de desocupados urbanos alrededor de 1,5 millones de personas, llegando a un total de 14,7 millones en AL-C.
La caída de la pobreza se frenó a partir de 2012 y la pobreza extrema (indigencia) vuelve a crecer debido, de una parte, al aumento del costo de los alimentos que viene siendo superior a la inflación general y, de otra, al deterioro del mercado laboral y a la reducción en el gasto público social. De acuerdo con el informe del panorama social de la región en 2015, presentado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el número de personas en situación de pobreza creció en alrededor de dos millones en 2014 en comparación con 2013, alcanzando los 168 millones de personas, de los cuales 70 millones estaban en la indigencia. En 2015 la tasa regional de pobreza aumentó a 29,2 por ciento de los habitantes de la región (175 millones de personas) y la tasa de indigencia a 12,4 por ciento (75 millones de personas).
En conclusión, durante el período 2000-2015, los gobiernos de izquierda y progresistas bajan la tasa de desempleo de 10,2 por ciento a 6,0 por ciento (para una variación relativa de -4,3 puntos porcentuales); la pobreza la reducen de 38,6 a 21,4 por ciento (reducción de 17,2); la desigualdad pasa de 0,526 a 0,436 (menor en 0,090). La situación que registran los países con regímenes ortodoxos-neoliberales es la siguiente: el desempleo disminuye de 10,5 por ciento en 2000 a 6,7 en 2015 (variación relativa de -3,8 puntos porcentuales); la pobreza por ingresos pasa de 41,6 a 24,0 por ciento (reducción de 17,6); el coeficiente Gini que mide la desigualdad baja de 0,552 a 0,502 (menor en 0,050).
Por último y no menos importante, en los países de ortodoxia neoliberal el crecimiento económico es más acelerado y estable pero registra niveles de desarrollo más desfavorables (mayores tasas de desempleo, más incidencia de la pobreza y desigualdades significativamente pronunciadas) al compararlos con los países donde gobernaron los regímenes de izquierda o progresistas durante las dos últimas décadas en América Latina y el Caribe.
Por tanto, la teoría de los ciclos de la historia es un factor explicativo importante para entender la dinámica de América latina y el Caribe, pero desde un enfoque sistémico que articule economía, política, cultura, sociedad y ambiente, al igual que entender estos procesos como sociedades periféricas de un sistema mundo capitalista que las determina.
- Los gobiernos encabezados por Luis Inácio Lula Da Silva, Dilma Rousseff en Brasil, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, han pasado de ser etiquetados como gobiernos «progresistas», «indigenistas», «nacionalistas», «populistas» a la categoría de pos-neoliberales. Qué cree sobre esta última consideración?
Alexis Cortés: Precisamente las controversias en torno a la denominación de estos gobiernos entregan luces sobre esta cuestión. Una de las categorías más valoradas por parte de una intelectualidad de izquierda estrechamente vinculada a estos gobiernos (por ejemplo Sader), es la de “ciclo post-neoliberal”. No cabe duda que estos gobiernos progresistas supusieron un cuestionamiento de las lógicas pro-mercado para pensar el desarrollo, inclinándose por políticas que resituaban el papel del Estado no sólo en la regulación de la vida económica sino que también en la dirección de proyectos neo-desarrollistas mediante la nacionalización de recursos naturales estratégicos. El Estado volvió a ser conducto y conductor del desarrollo económico. Complementando esta opción con políticas redistributivas altamente populares, pero focalizadas (transferencias condicionadas) y posibilitadas por el alza de los precios de las commodities. ¿Estos elementos configuran una superación de las lógicas neoliberales en el sub-continente? La substitución de estos gobiernos por administraciones que optan por soluciones pro mercado sin demasiadas demoras parecer poner en duda una respuesta positiva a este cuestionamiento. Maristella Svampa ha señalado que este ciclo básicamente supuso cambiar en el “consenso de Washington” por el “consenso de las commodities”, podríamos más bien decir que el ciclo de los gobiernos de izquierda mantuvo el “consenso de las commodities”, pues el periodo neoliberal latinoamericano se tradujo en una reprimarización de las economías locales y una buena dosis de des-industrialización que los gobiernos progresistas no lograron o no pretendieron superar.
Fernando Lizárraga: Los problemas que enfrentan las experiencias progresistas en países como Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia, Argentina, etc. quizá no signifiquen tanto el fin de un proceso o etapa sino simplemente un paréntesis transitorio en el plano del control del Estado. Algunas de estas experiencias no sólo fueron detenidas por diversos medios “institucionales”, sino que parecen haberse extenuado. Por un lado, existe el casi ineludible proceso de institucionalización que, inexorablemente, desacelera el ímpetu inicial. Y también está la realidad de que algunos de estos gobiernos progresistas –incluso aquellos con horizonte socialista- no pudieron (o no quisieron) llevar a fondo aquello que se planteaba en el momento germinal de esta etapa: los Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre, donde predominaba el discurso anti-capitalista (aunque también con grandes alardes posmodernos al calor de las visiones de autores como Negri, Hardt y Holloway). Aquella plataforma anti-sistémica se diluyó rápidamente y el giro progresista abandonó el anticapitalismo más decidido para impulsar medidas ciertamente interesantes pero distantes de un programa de radical transformación estructural. Combatir al neoliberalismo no es combatir al capitalismo. La retórica de algunos gobiernos progresistas y sus políticas de fondo no han sido unánimemente anti-capitalistas, sino más bien una abigarrada colección de expresiones y prácticas asociadas a nociones tales como como “capitalismo serio”, “país normal”, entre otras cosas, que convivían, incómodamente, con el socialismos del siglo XXI, revoluciones ciudadanas y capitalismos andino-amazónicos. Y a la luz de los acontecimientos, algunos de estos gobiernos ni siquiera fueron posneoliberales puesto que las expresiones más crudas del neoliberalismo han venido a ocupar sus lugares: Mauricio Macri en Argentina y Michel Temer –que ya era parte del gobierno “progresista” de Dilma- en Brasil, muestran que el neoliberalismo no fue derrotado definitivamente; apenas se tomó un respiro para volver con más ímpetu e indisimulada sed de venganza. Tampoco es razonable ignorar que estos gobiernos neoliberales no fueron votados sólo por las élites y clases medias, sino también por amplísimos sectores de la clase trabajadora que no vieron colmadas sus expectativas de cambio, una paradoja que ya advirtieron Marx y Engels cuando, al abogar por el sufragio universal, constataron que los trabajadores ingleses votaban a los candidatos conservadores. De todos modos, como decíamos, no hay marcha atrás en la historia y por ello puede conjeturarse que muchos de los logros que sedimentaron en la etapa progresista pueden ser un punto de partida para otra etapa que, eventualmente, llegará tras el momento de restauración neoliberal. Pero, sin duda, no será tampoco la repetición de un ciclo sino algo nuevo y acaso mejor (dicho esto con esperanza y sin optimismo, para usar palabras de Terry Eagleton).
Libardo Sarmiento: Al finalizar la década de 1990, producto del proceso de movilización social en contra de los regímenes neoliberales, comienzan a ser electos en AL-C gobiernos de izquierda y progresistas, constituidos por amplias coaliciones. Estos pueden agruparse en gobiernos centroizquierdistas (Argentina, Brasil, Uruguay) y gobiernos nacionalistas radicales (Venezuela, Bolivia, Ecuador). Estos gobiernos llevaron a la práctica un proyecto que oscila entre el neodesarrollismo, la redistribución progresiva del ingreso, la democracia participativa y la soberanía nacional, pero sin intentar sustituir las relaciones capitalistas de propiedad, producción y distribución, tampoco la cultura consumista, ni cambiar el régimen político liberal burgués por otro; menos aún transformar la matriz Estadocéntrica de poder. Las transnacionales y el capital financiero no fueron incomodados. La izquierda latinoamericana no intentó deslindarse de las raíces y la cultura caudillista, populista y corrupta, ni del nepotismo que afectan de forma crónica a la política latinoamericana. Más que “pos-neoliberales” corresponden a una ola de “socialismo rosa” que recorrió a AL-C a la grupa del crecimiento de los precios de las materias primas en los mercados internacionales, de un capitalismo aupado en la expansión China-India y de una política populista de gasto social asistencial y de subsidios al consumo.
En el marco de la hegemonía de las relaciones capitalistas, el realismo gana fuerza y las ideologías se debilitan. Durante las dos últimas décadas los regímenes de ortodoxia neoliberal en AL-C exhiben un mejor desempeño en el crecimiento del PIB por habitante en comparación a los gobiernos de izquierda-progresistas. La disminución en los índices de pobreza y en las tasas de desempleo son similares en los dos regímenes políticos. El mejoramiento en la equidad, aunque levemente positivo en los dos regímenes políticos, es más significativo en los gobiernos de izquierda-progresistas. En conjunto, las políticas públicas sociales son determinadas principalmente por los organismos multilaterales (Naciones Unidas, Banco Mundial, FMI) y la cooperación internacional, al igual que por los condicionantes del sistema mundo capitalista, independiente de la retórica de los regímenes políticos locales.
- ¿Qué posibilidades dejan los modelos de Democracia liberal en América Latina para la real participación popular? ¿Qué posibilidades le queda a la Democracia en Améria Latina de reinvención en el actual contexto? ¿Bastará la Democracia, al menos esta que tenemos, para protagonizar los cambios que requiere la política en nuestra región?
Alexis Cortés:¿Qué arreglos institucionales más estables lega este ciclo a las democracias latinoamericanas? Sin duda, los países que animaron este periodo no serán los mismos. Lo que no quiere decir que los imaginarios de participación y derechos que despertaron logren sedimentarse en un paisaje más permanente. La amenaza que hoy se cierne no sólo sobre el legado de la década del PT sino que sobre las conquistas sociales provenientes de la era Vargas en Brasil muestra la fragilidad de algunos cambios que se creían permanentes. Particularmente en lo que se refiere a la renovación democrática propuesta por los gobiernos que asumieron tras una fuerte descomposición del sistema político, es donde podríamos situar la contribución más innovadora del ciclo, aunque con limitaciones. Tal como lo ha señalado el politólogo brasileño Fabrício Pereira, países como Bolivia, Ecuador y Venezuela apostaron por refundar sus democracias incluyendo en su institucionalidad elementos más participativos y directos, inaugurando nuevas tensiones entre representación y democracia. Si bien en buena medida estos proyectos empoderaron a sectores sociales excluidos, muchas veces terminaron por fortalecer lógicas hiperpresidencialistas, moderaron la autonomía de los actores sociales y no necesariamente desarrollaron espacios más deliberativos de toma de decisiones colectivamente vinculantes. No por ello se puede menospreciar el potencial que tiene para la región la búsqueda de una democracia que no se reduzca mínimamente al establecimiento de reglas del juego político. La insensibilidad del sistema político a las demandas sociales, la transformación de la democracia en un espacio de expertos y no de ciudadanos, la capacidad de la desigualdad económica de erosionar sus fundamentos y reproducirse en el sistema político y la persistente crisis de legitimidad de las lógicas de representación en la región siguen interpelando a las diferentes realidades nacionales.
Fernando Lizárraga: Las elecciones en Estados Unidos, con el triunfo de Donald Trump, han suscitado varias reflexiones sobre los límites de la democracia liberal. El voto popular consagró a Hillary Clinton, pero el sistema de Colegio Electoral le dio el triunfo a Trump, como en el 2000 se lo dio al inefable George W. Bush frente al apático Al Gore. Pero si hubiese sido al revés, no habría sido extraño que Trump embistiera contra todo el sistema en nombre de la “democracia”, entendida como mera sumatoria de votos. De allí, quizás, su advertencia de que no reconocería el resultado electoral en caso de un triunfo de Clinton por vía del Colegio Electoral. En sus diversas formas, la democracia, creo, es una condición necesaria para la real participación popular. La democracia como procedimiento, claro está, no basta; pero resulta peligrosísimo pensar que algo bueno puede lograrse si se abandonan las mínimas conquistas democráticas de nuestros pueblos. De hecho, los gobiernos progresistas –por diversos y sinuosos caminos- llegaron al poder con la legitimación del voto popular. En varias de las agendas progresistas –y sobre todo en aquellas que más se apegaron al horizonte socialista- se incorporaron formas de participación novedosas que ampliaron la democracia de manera significativa. Del mismo modo, los innegables logros en la reducción de la pobreza y de la desigualdad deben ser apreciados como contribuciones indispensables para el ejercicio de la ciudadanía o el goce del justo valor de las libertades políticas. En este punto, considero, con Norman Geras, que una utopía mínima –con horizonte emancipatorio y socialista- no puede ser antidemocrática y tampoco anti-liberal, toda vez que por módicos que sean, los derechos individuales y colectivos no deben ser tomados a la ligera. Y vale recordar aquí la aguda anticipación de Marx en la Crítica del Programa de Gotha: recién cuando se logren las condiciones necesarias para un comunismo pleno (abundancia material suficiente y desarrollo integral de los sujetos), recién entonces podrá cruzarse en su totalidad “el estrecho horizonte de derecho burgués”.
Libardo Sarmiento: La construcción colectiva y desde América Latina y el Caribe de un modelo económico, político, social, cultural y ambiental, igualitario, justo, incluyente, respetuoso de los derechos humanos, sostenible y con democracia participativa es el reto que tiene la izquierda en general. La salida no es desplazarse hacia el centro, al contrario se requiere un ideario clásico de izquierda (la ola rosada de la izquierda que gobernó durante las dos últimas décadas en Latinoamérica no logró transformaciones sostenibles). Es necesario radicalizar los cambios estructurales que el país popular, trabajador y democrático demanda y necesita.
La ampliación de la democracia como camino para tramitar los conflictos de manera pacífica y el rompimiento definitivo del vínculo entre política y armas, requiere de una izquierda con solidez programática, conciencia, organización, unidad y fuerza política. La experiencia de Colombia deja ver que la insurgencia sola no lo va a lograr, es necesaria la confluencia en un gran frente social y político que articule todo el movimiento social y político popular rural y urbano, los sindicatos, los sectores solidarios y cooperativos de la economía, los estudiantes y los intelectuales orgánicos, la ciudadanía democrática y los partidos políticos que compartan una plataforma mínima de lucha. Es la hora de los medios pacíficos de la lucha de clases, del ejercicio de la democracia en las urnas y de la consolidación del poder popular desde abajo, en lo territorial, a partir de la pluralidad y con expresión en el parlamento.
En Colombia, para dar un ejemplo concreto, la encuesta de Cultura Política del 2015, aplicada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, que indaga sobre la percepción que tienen los ciudadanos colombianos sobre su entorno político, muestra un gran atraso en la conciencia política de la población, una democracia frágil y desconfianza hacia los partidos políticos y las instituciones públicas. Esta situación explica la cifra histórica de la abstención, nunca inferior al 51 por ciento. El 49 por ciento que acude a las urnas se distribuye entre el centro (24,6%), la derecha (16,3%) y la izquierda (8,1%). Este es otro de los retos que enfrenta la izquierda radical para los tiempos de paz: ganar el corazón y la conciencia de la mitad de la población colombiana que rehúye, repugna, menosprecia, evita o se sustrae por múltiples razones de la democracia participativa y representativa, del compromiso social, de la organización, de la responsabilidad pública y del ejercicio de la política.
Es claro que el concepto axial, a la hora de la elaboración de nuevos paradigmas emancipadores, de la creación de alteridad, es el poder popular, sobre la base de la crítica radical e histórica de lo que ha representado la democracia liberal en Al-C. Esta historia nos muestra que es imposible construir una nueva sociedad con los métodos, instituciones y cosmovisiones del capitalismo. No se puede abstraer el poder popular de la lucha de clases en el capitalismo globalizado que tenemos hoy en día (así la coyuntura este del lado de los nacionalismos y la xenofobia). Rosa Luxemburgo lo había anotado con claridad: “Por una parte las masas populares, por la otra un fin situado más allá del orden social existente; por un lado la lucha cotidiana, y por el otro la revolución: tales son los términos de la contradicción dialéctica en la que se mueve el movimiento socialista.